Nicolacho, Nicolasito y el par de Nicolasones
Cuentan que durante años, quizás, a lo largo de una o dos generaciones, los británicos no volvieron a usar “Oscar”, como nombre para sus recién nacidos. Todo porque la moral victoriana fue incapaz de metabolizar los escandalosos pleitos judiciales en que se vio metido, Oscar Wilde, con el marqués de Queensberry, en 1895. De lo bueno, sabemos que no poseen nada de nadie. Pero de lo considerado malo, por los contemporáneos del celebérrimo escritor ¿Qué no tienen Nicolasón y Nicolasito, que no tuvo el señor Wilde? El último de los tres mencionados, es un prontuario ambulante. Eso ya se sabe de sobra. No obstante, por las dudas, lea usted -léalos “con el dedo índice”, por favor, letra por letra, como nos enseñó un sabio profesor de Derecho- el Código Penal, las normas anticorrupción, las ordenanzas municipales, los códigos de ética, los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, para que se convenza que de esa arremetida de impunidad no se le ha escapado ileso ni un solo títul